Desde muchos siglos antes del VIII a.c. (los restos más antiguos se han fechado en torno al año 2.400 a.c., es decir, mucho antes de que llegasen a Grecia los primeros hombres de habla helénica) el espacio comprendido entre el monte y el curso del río Alfeo en Olimpia en el Peloponeso, era un lugar sagrado, donde se sentía la presencia y se rendía culto a numerosas deidades naturales. En las generaciones anteriores a la fecha de 776, había ido ganando importancia entre todas aquellas deidades la figura del principal dios de los Dorios, Zeus y su altar, elevado sobre las cenizas de los bueyes que se le ofrecían en sacrificio comenzaba a sobresalir por encima de los demás cultos. Olimpia, a diferencia de otros lugares de culto en Grecia,
no se desarrolló hasta convertirse en una ciudad, sino que continuó siendo siempre un lugar sagrado dependiente primero de la vecina ciudad de Pisa y después de Elide. El culto a Zeus atraía a gentes de toda la región y, como curiosidad ritual, se señala la posibilidad de que, en algunas ocasiones se celebrase allí una carrera sagrada de un estadio de longitud (192m.). No es posible afirmar con certeza cuándo, por qué o quién instituyó esta prueba en el santuario. Los propios griegos elaborarían diferentes leyendas sobre la misma pero, en general, éstas suenan a prestigiosas reconstrucciones a posteriori. De lo que no cabe duda es de la asociación entre el culto a los dioses y la celebración de festivales que incluían competiciones atléticas, musicales o literarias que se encontraban muy arraigadas en las más primitivas tradiciones religiosas y sociales de los griegos. El rey de la Elide, Ifito, recuperando una tradición perdida y dándole un nuevo sesgo, fue el verdadero creador de la primera olimpiada, la que en 776 a.c. abrió una nueva era. Este monarca, situado en el límite entre el mito y la historia, recibió del oráculo de Delfos el encargo de restaurar o reformar los festejos de Olimpia, y para ello llegó a un acuerdo con el legislador espartano Licurgo y recibió el apoyo de Celóstenes, rey de la vecina ciudad de Pisa. La clave de la reforma, y base para el futuro desarrollo de las Olimpiadas se fijó en dos puntos: la conversión de la prueba atlética en un concurso panhelénico, abierto a todos los griegos, y la instauración de la tregua olímpica, que aseguraba la paz en toda Grecia durante unos meses en torno a las fiestas, para permitir a todos los interesados el acceso al santuario y la tranquila vuelta a casa.A partir de entonces, la carrera que cada cuatro años se celebraba en el estadio de Olimpia comenzó a ganar aceptación . Al principio se trató de un festejo regional al que sólo acudían gentes del Peloponeso, al resto de los griegos el certamen les resultaba aún algo ajeno, como parece demostrar el hecho de que Homero no lo mencione ni parezca conocerlo, pese a un dudoso pasaje de la Ilíada.
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