nacismo deportivo en Berlin (1996) |
Pero la relación nazismo-deporte se limitaba a ser una exageración de lo que estaba ocurriendo en todos los países. El deporte se convertía en un elemento de exaltación y afirmación nacional, en un vengador de afrentas históricas no bien resueltas en los campos de batalla. Esto en cuanto a política exterior. En cuanto a política interior, se intentaba convertir al deporte en un elemento de control, fiscalizador de las energías morales de las multitudes. Las reiviedicaciones políticas o económicas podían derivarse a reivindicaciones deportivas. Que el icono deportivo venciera podía compensar de los fracasos personales o colectivos de las masas.
En esta evidencia el Deporte sustituía al Circo, porque de hecho, y desde la perspectiva del poder, no era otra cosa que su prolongación: pan y Circo; pan y Deporte. Lo único que se había ganado era en lo incruento de la satisfacción, pero sólo hasta cierto punto. El público ya no pedía la sangre del gladiador, pero sí reclamaba su posesión. Cada vez más, el deportista practicante va dejando de ser un hombre en lucha contra sus limitaciones físicas, para ser un criado de las reacciones de las masas.
Esto no disminuye la indudable grandeza del deportista; se limita a aclarar el trasfondo.
Es indudable que la lucha del corredor para superar el record o la destreza del deportista-showman (como el futbolista) para ser más diestro en su parcela de actividad deportiva, era una contribución al mejor conocimiento de la potencia humana y a la higiene social. Porque no era negativo ni el esfuerzo del deportista por superarse, ni la búsqueda en las masas de la satisfacción espectacular. Lo negativo es que uno y otro nivel se convirtieran poco a poco en enfermizos. Porque el deportista dejó de estar supeditado al fin para convertirse en esclavo del medio, y el público dejó de asistir a la "magia" del juego para presenciar un drama apasionado en el que se reflejaba, en el fondo y en la superficie, su propio drama de víctima o comparsa de la Historia.
La prueba de lo vicioso de este planteamieeto es la pronta aparición del profesionalismo en los deportes más comercializados: fútbol, boxeo, base ball, y del profesionalismo encubierto (más o menos, mejor o peor) en casi todos los restantes deportes.
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