3 de noviembre de 2010

Del pan al circo y del circo al pan

El período de entreguerras fue capital para la moderna configuración del deporte. Ya a comienzos de siglo el interés popular por la cuestión se había traducido por la aparición de los primeros mitos-símbolo, por la adopción popular de un vocabulario convencional, por la influencia del sport en modas del vestuario y del comportamiento. Al mismo tiempo aparecen publicaciones especializadas que pronto compiten en circulación con la prensa informativa.
ejemplo de deporte mecanico
Sin embargo, la mitología deportiva de la belle époque se centraba más sobre los "deportes mecánicos" que sobre los deportes de destreza fundamentalmente física. La aparición de la máquina como herramienta del deportista, fascinó a los hijos del siglo: la bicicleta, el automóvil, el trineo, el globo, el avión, en una confusa mezcla de deporte real y de hazaña científica.
Era el período del futurismo, en el que el hombre empieza a ser consciente del papel de la máquina a su servicio. Con ella puede desafiar la coalición enemiga del espacio y el tiempo mediante la velocidad. Los pioneros del ciclismo, del automovilismo, de la aviación, desplazan de las primeras páginas a los conjuntos deportivos, a los recordmans primerizos.
La velocidad y su vértigo acercaban al deportista a la muerte. Los torpes juegos, las torpes máquinas iniciales creaban una fascinación especial en el espectador. Pero, una vez convertida en normativa la relación del deporte con la máquina, volvió a diversificarse la curiosidad deportiva y el ciudadano medio se convirtió pronto en un pozo de sabiduría informativa sobre toda clase de deportes.
Se mitifican entidades, practicantes, hechos. Se cimentó el culto nacionalista del deporte, frente a la conciencia internacionalista de Coubertin y los exégetas olímpicos. La relación "deporte-política" empezó por la conversión del deporte en un escaparate de los músculos de cada nación. Los deportistas iban a defender los "colores nacionales" y a "poner muy alto la bandera del país". No es de extrañar que en el período de entreguerras, el deporte polarizase más el sentimiento patriótico que las penúltimas luchas de afirmación nacional. Pero quizá ningún acontecimiento deportivo fue tan revelador de estos extremos como la Olimpíada de 1936, convertida por el nazismo en una plataforma propagandística del racismo: la exaltación del mito ario dominante en lo físico y lo espiritual sirvió para un supraesfuerzo del atleta alemán, dispuesto a demostrar sobre las pistas y los céspedes las virtudes fatales de los cromosomas germánicos. El triunfo del fabuloso atleta negro norteamericano Owens puso tan entredicho la operación propagandística de los juegos que Hitler, sin poder superar la rabieta, se negó a entregar personalmente las medallas al atleta impugnador de las tesis de Chamberlain, Rosemberg y el Dr. Goebbels.

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