Pero no son ellas las que hacen de la caballería la forma de la vida bella. Ni tampoco las raíces inmediatas que tiene en la belicosidad masculina hubiesen podido elevarla a ello si el amor de las mujeres no hubiese sido el fuego ardiente que prestaba el calor de vida a aquel complejo de sentimientos e ideas.
(...) La necesidad de dar al amor un estilo noble y una noble forma encuentra en las formas de la vida misma un ancho campo donde desplegarse: en el trato cortés, en los juegos de sociedad, en las diversiones y deportes. También en todo esto se sublima continuamente el amor y se torna romántico.
La vida respira en ello el aire de la literatura, más en conclusión esta lo aprende todo de la vida. En el fondo, la visión caballeresca del amor no ha aparecido en la literatura, sino en la vida. El motivo del caballero y de la “frouwe” (dama) se daba en las circunstancias reales de la vida.El caballero y su dama, el héroe por amor, he aquí el eterno y principal motivo romántico que en todas partes surge y ha de surgir siempre de nuevo. Es la más inmediata traducción de la pasión sensible en una autonegación ética o cuasi-ética. Radica inmediatamente en la necesidad de mostrar el valor, exponerse a peligro y acreditar la fuerza de padecer y de dar la sangre, todo por su dama: impulso que conoce todo mozo de dieciséis años. La exteriorización y el cumplimiento del deseo, que parecen inasequibles, son reemplazados y superados por la heroicidad por amor. Por eso se plantes enseguida la muerte como alternativa del cumplimiento, asegurándose por ambas partes, digámoslo así, la satisfacción.
(...) Es difícil determinar hasta qué punto se revelan en la idea del amante heroico las visiones masculina y femenina del amor. ¿Es la figura del que sufre por amor la imagen de sí mismo que quiere ver el varón, o es la voluntad de la mujer que se muestre así? Más probablemente lo primero. Por lo general, en las representaciones del amor como forma de la cultura se expresa casi exclusivamente la concepción masculina, al menos hasta estos últimos tiempos.
(...) En el hecho de llevar el velo o la ropa de la mujer amada, que conserva el olor de su cabello o de su cuerpo, revélase el momento erótico del torneo caballeresco con toda la transparencia posible. En la excitación del combate regalan las damas un adorno tras otro, de suerte que al terminar el espectáculo se encuentran en sus asientos sin nada a la cabeza e incluso sin mangas. Esta situación da un asunto de hondo incentivo a un poema rimado de la segunda mitad del siglo XIII, “De los tres caballeros y la camisa”. Una dama, cuyo esposo no gusta de la lucha, aunque por lo demás es un hombre lleno de nobleza y dulzura, envía su camisa a los tres caballeros que la sirven por amor, para que la lleven como cota de armas, sin coraza ni más protección que el yelmo y glebas, en el torneo que organizará su marido.
El primero y el segundo no se atreven a tanto. El tercero, que es pobre, toma la camisa por la noche en sus brazos y la besa apasionadamente. En el torneo aparece con la camisa como cota de armas, sin coraza debajo. La camisa queda desgarrada y teñida con su sangre y él gravemente herido. Su extraordinaria valentía causa admiración y se le otorga el premio; la dama le consagra su corazón. Más ahora pide el amado la reciprocidad. Devuelve a la dama la camisa ensangrentada, a fin de que ella la lleve tal como está sobre sus vestidos en el banquete que cierra el torneo. Ella le abraza tiernamente y aparece con la ensangrentada vestidura. La mayoría la censura, el esposo queda perplejo, pero el narrador pregunta ¿cuál de los dos amantes hizo más por el otro?
La esfera de pasión dentro únicamente de la cual tenía toda su significación el torneo, explica la resuelta guerra que la Iglesia hizo desde antiguo a esta costumbre. Los torneos eran de hecho motivo de casos sensacionales de adulterio; como por ejemplo, aquel del año 1389 de que da testimonio el monje San Dionisio...
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