12 de octubre de 2010

Influencias,diferencias y semajanzas del deporte griego y actual (parte 7)

Otras pruebas componen el programa atlético de esta primera crónica deportiva de nuestra tradición literaria: el boxeo, la lucha, la carrera pedestre, el lanzamiento de peso y de jabalina y el tiro con arco. Las descripciones de cada disciplina son ya mucho más breves, pero no carecen tampoco de la vivacidad y emotividad que caracteriza los relatos deportivos homéricos, hace casi tres milenios.

Como se ha indicado, se trata de juegos deportivos organizados para honrar la memoria de un difunto, de manera que ya en nuestro primer documento literario del deporte griego encontramos reflejada la estrecha vinculación entre deporte y religión antes comentada. No obstante, también los poemas homéricos documentan ya la que podríamos denominar “vertiente laica” del deporte griego, es decir, la práctica del deporte como diversión y por el mero placer de competir y también de mostrar cada uno su propia capacidad física. Así ocurre en el canto 8 de la Odisea, cuando Ulises se encuentra en el feliz país de los feacios y queda afligido al escuchar al cantor Demódoco relatar los sucesos de Troya, en los que él ha participado; entonces Alcínoo, el rey de los feacios, propone celebrar unas competiciones atléticas (juegos de pelota, carrera pedestre, lanzamiento de disco, salto de longitud) para consolar a su huésped, unas competiciones en las que también el público participa con entusiasmo. Dice así Alcínoo (vv.97 ss.): “Escuchadme, caudillos y príncipes de los feacios. Ya tenemos saciado nuestro ánimo en el banquete común y la forminge, que es compañera del festín espléndido; ahora salgamos y probemos juegos de toda clase, para que el huésped cuente a sus amigos, tras regresar a casa, cuánto superamos a los demás en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la carrera”.
La influencia de Homero en la cultura griega es inconmensurable, de manera que no es de extrañar que también las narraciones deportivas de los poemas homéricos se convirtieran durante más de un milenio en modelos para los escritores posteriores, tanto en la literatura griega como en la latina, incluso cuando se describen disciplinas en principio tan diferentes de las que incluye Homero en sus relatos, como la regata que en el canto quinto de la Eneida organiza el héroe que da título al poema para honrar la memoria de su padre Anquises y cuya descripción está modelada sobre el patrón de la carrera de carros de Ilíada 23.
En realidad, el deporte está presente en todas las épocas y en todos los géneros de la literatura griega antigua, lo cual no es sino un evidente reflejo de su importancia dentro de la sociedad griega. Es, en efecto, difícil encontrar una sola obra literaria de la Antigüedad griega (sea prosa o verso, tragedia, comedia, oratoria, filosofía, historia, novela o medicina) que no contenga referencias al mundo del deporte, ya a través de descripciones de competiciones o reflexiones sobre el papel del deporte y los deportistas en la sociedad (un tema sobre el que volveremos más adelante), ya sea mediante el uso de metáforas tomadas del mundo del deporte, que son frecuentísimas y que exigen para ser comprendidas un amplio conocimiento del léxico y del mundo del deporte tanto por parte del autor como por parte del oyente o lector. Veamos un par de ejemplos característicos. En las comedias de Aristófanes, en las cuales las alusiones sexuales son muy abundantes, con gran frecuencia las escenas eróticas se describen mediante términos deportivos como un “combate amoroso”; así, en los versos 894 ss. de la comedia La Paz (representada en 421 a.C.) el protagonista, Trigeo, ha conseguido ya liberar a la Paz, que se encontraba prisionera de la Guerra, y para celebrar la felicidad que conlleva su vuelta a la ciudad, propone Trigeo organizar unos juegos “deportivos” muy peculiares, que tendrán como protagonista pasiva una hermosa muchacha presente en escena (en el original griego cada término deportivo tiene doble sentido erótico): “luego será posible organizar mañana unos juegos preciosos, luchar en el suelo, ponerla a cuatro patas, derribarla de costado, ponerla de rodillas con la cabeza agachada…y el tercer día de los juegos celebraréis una carrera hípica, en la que un caballo adelantará a otro caballo, y los carros, revolcados unos sobre otros, se menearán jadeando y resoplando, mientras otros aurigas quedarán caídos, descapullados, en las curvas”. Algunas décadas más tarde el abogado y político Demóstenes dedica sus mejores energías a intentar convencer a los atenienses de que depongan su actitud abúlica y actúen con decisión e iniciativa para impedir que Filipo, el rey de Macedonia, se haga el amo de Grecia. Sus arengas están plagadas de espléndidas metáforas tomadas del mundo del deporte, como la que encontramos en el Primer discurso contra Filipo (4.40; año 351 a.C.), en la cual Demóstenes censura a los atenienses por no emplear todos los recursos de que disponen contra Filipo, sino que le dejan la iniciativa y luchan contra él “como los bárbaros cuando practican el boxeo. Porque cuando uno recibe un golpe, se protege la parte golpeada; y si se le golpea en otro lado, hacia allí van también sus manos. Pero ponerse en guardia o mirar al rival de frente, ni sabe ni quiere”. En fin, del empleo de metáforas deportivas no están libres siquiera los autores cristianos, pese a sus críticas (a menudo virulentas) contra el deporte pagano. Baste recordar que términos tan importantes en el vocabulario cristiano como “ascesis, ascético”, son préstamos del léxico del deporte, ya que designan en concreto el entrenamiento del atleta (en sentido cristiano, el entrenamiento del creyente para alcanzar la meta del cielo y conseguir el triunfo de la vida eterna).
Así pues, el deporte está presente constantemente en todos los géneros y en todas las etapas de la literatura griega. Pero hay un género poético destinado en exclusiva a exaltar los triunfos atléticos; se trata del epinicio, canto entonado por un coro para celebrar la victoria de un atleta en una competición deportiva, compuesto por encargo del propio atleta vencedor o su familia (más raramente su ciudad). El epinicio se cantaba en el lugar mismo de la competición o bien durante la fiesta que tenía lugar cuando el atleta retornaba a su ciudad, y fue un género que alcanzó su cénit entre 500 y 450 a.C. por obra de dos poetas de la pequeña isla de Ceos, Simónides y Baquílides (del primero solamente se han conservado pequeños fragmentos, no poemas enteros), y sobre todo por obra de Píndaro de Tebas.
Para Píndaro el atleta es el hombre ideal, la más perfecta plasmación del aristócrata, tal como lo concibe el poeta, a saber, el hombre que destaca tanto por sus cualidades físicas como por sus cualidades intelectuales y morales, puestas siempre al servicio de la comunidad, en beneficio de la buena marcha de los asuntos de su ciudad. El hecho de que Píndaro nos presente a los vencedores en los juegos deportivos como modelos de conducta (e, insisto, no sólo en lo físico, sino sobre todo en el terreno moral) tiene su fundamento en la convicción de que la competición atlética es un test muy fiable para evaluar la valía de un hombre, pues en ella el ser humano saca a relucir lo mejor de sí mismo. Y es que para Píndaro en el atleta vencedor concurren una serie de factores cuya unión se produce únicamente en unos pocos hombres escogidos: el éxito atlético (y esto puede extenderse, y Píndaro lo hace, a cualquier faceta de la vida) requiere en primer lugar un talento natural, que incluye no sólo capacidades puramente físicas sino también intelectuales y morales, y que en el ideario de Píndaro sólo están al alcance de los aristócratas. Pero este talento natural resulta insuficiente para procurar el triunfo, si no va acompañado por otra cualidad que debe poseer el atleta sobresaliente (y por extensión todo buen ciudadano) que es el esfuerzo constante, la capacidad de sufrimiento y de superación, sin la cual no es posible ningún éxito en la vida. Todas estas cualidades hallan su plasmación en el triunfo atlético, que conlleva la gloria, la admiración de la gente y el canto del poeta que la celebra y la difunde. La victoria atlética, y su canto por parte del poeta, proporciona así las dos cosas más ambicionadas por el hombre en el contexto social de la época en que Píndaro vive: ser admirado en vida y recordado tras la muerte.

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