12 de octubre de 2010

Influencias,diferencias y semajanzas del deporte griego y actual (parte 6)

Esta explotación de los éxitos deportivos con fines políticos no fue únicamente cosa de los ciudadanos particulares con ambiciones, sino que también recurrían a ella los propios estados, deseosos de hacerse propaganda por este medio, como ha sucedido y sigue sucediendo aún en el deporte moderno (recuérdese el caso de países como la antigua Alemania Oriental y su “deporte de estado” o los casos de “doping” que afectan, por ejemplo, a los atletas chinos).
Conocemos incluso casos en los que la rivalidad entre ciudades condujera en algunos casos a la compra de victorias o al “fichaje” de atletas extranjeros “convenciéndolos” con sustanciosas recompensas, milenario antecedente de los recientes casos de “pasaportes falsos” y de esos misteriosos maletines que según parece van y vienen cuando se acerca el final de la liga futbolística. Nos cuenta, por ejemplo, Pausanias (6.13.1) que el gran velocista Ástilo de Crotona, doble vencedor en las pruebas de 200 y 400 metros de los Juegos Olímpicos de 488 y 484 a.C., en 480 a.C. corrió como representante de Siracusa, la ciudad más poderosa del sur de Italia (en esa Olimpíada, además de en las dos pruebas citadas, Astilo venció también en la carrera con armas). Pausanias dice que corrió como siracusano “para complacer a Hierón” (el hermano del tirano Gelón de Siracusa), una expresión de la que posiblemente debamos deducir que Hierón se hizo con los servicios de Ástilo atrayéndolo con suculentas recompensas. Los de Crotona, como es de suponer (y recuerden ustedes el reciente “caso Figo”), no vieron con muy buenos ojos la traición de Ástilo, de manera que convirtieron su casa en prisión (castigo reservado a los traidores) y derribaron la estatua que le había sido dedicada en el santuario de Hera.
No obstante, y para compensar, tenemos también noticias de otros atletas que no se dejaron seducir por el vil metal. También nos cuenta Pausanias (6.2.6) que un sucesor de Hierón en el trono de Siracusa, Dionisio I, trató de sobornar al padre de Antípatro de Mileto, vencedor en Olimpia en el pugilato infantil en 388, para que éste se hiciera ciudadano de Siracusa y como tal se hiciera proclamar vencedor; Antípatro se negó a ello e hizo constar orgullosamente su origen milesio en la basa de la estatua que fue erigida en su honor.
Conocemos también algún caso en que se recurrió al soborno de los rivales para obtener la victoria. El primer caso que podemos fechar con exactitud (y que Pausanias, 5.21.2-4, menciona como primer intento de soborno en Olimpia) es el del corredor tesalio Eupolo, que en 388 (unos Juegos muy movidos, a lo que parece) compró a sus adversarios, pero el engaño fue descubierto y tanto el sobornador como los sobornados hubieron de pagar fuertes multas, con las cuales se financiaron seis estatuas broncíneas de Zeus, que los locales llamaban en su dialecto “Zanes” y que fueron colocadas a la entrada del estadio, con inscripciones en las que constaba el nombre de los culpables, para su vergüenza eterna, y se advertía que la victoria en Olimpia no se conseguía con dinero, sino con la rapidez de los pies y la fuerza del cuerpo.
Medio siglo más tarde, en 332, fue el pentatleta ateniense Calipo quien pagó a sus rivales para que se dejaran vencer, y esta vez el suceso tuvo mayor repercusión, por las vergonzosas presiones de Atenas para proteger a su representante. Calipo fue por supuesto rigurosamente multado, pero los atenienses enviaron al prestigioso orador Hiperides para que tratara de persuadir a los jueces de que le perdonaran el castigo. Éstos, naturalmente, se negaron, y entonces los atenienses, adoptando una actitud soberbia y prepotente, se negaron a pagar y boicotearon los juegos. Hubo de ser el dios de Delfos quien solucionase finalmente el conflicto, al declarar que no daría ningún oráculo a Atenas hasta que la multa fuera satisfecha. Los atenienses cedieron ante tal amenaza y con el importe de la multa se erigieron otros seis Zanes con inscripciones en las que se recordaba el suceso y se hacían advertencias semejantes a las anteriormente aludidas.
Es, pues, indudable, que en algunos casos se acudió a toda clase de medios, desde el ofrecimiento de dinero hasta la presión política, para conseguir la victoria deportiva y explotarla posteriormente. No obstante, no tenemos ni muchísimo menos razones para suponer que fuera éste un comportamiento generalizado, y nos reconcilian con la nobleza de los ideales atléticos comportamientos como el ya comentado del niño púgil Antípatro de Mileto o el de un espartano que, según Plutarco (Licurgo 22.8) rechazó un intento de soborno al más puro estilo espartano: “El rey [de Esparta] avanzaba contra los enemigos llevando junto a él a los que habían vencido en alguno de los grandes juegos. Y cuentan que un espartano al que le fue ofrecida una buena suma de dinero en Olimpia [por dejarse ganar], no la aceptó, sino que, tras haber vencido a su adversario con gran esfuerzo, cuando alguien le dijo: ‘espartano, ¿qué más has obtenido con tu victoria?’, respondió sonriendo: ‘lucharé contra los enemigos formando delante del rey’”. Cuando no eran los propios atletas los que rechazaban comportamientos deshonestos, en lugares emblemáticos como Olimpia los jueces de las competiciones parece que tuvieron bien cuidado en cortar enérgicamente los casos de corrupción (y probablemente también el significado religioso que se atribuía a un triunfo olímpico hacía que la violación de las reglas del juego fuera sentida no únicamente como una falta deportiva, sino incluso como una falta religiosa)
Todos los aspectos, tanto los positivos como los negativos, que hasta aquí hemos comentado en el deporte griego antiguo, los encontramos reflejados en los textos literarios, que nos ofrecen grandes alabanzas del deporte y de los atletas y también fuertes críticas. Es la Ilíada, el poema con el que comienza la literatura europea, la obra con la que empieza también la historia de nuestra literatura deportiva, en el siglo VIII a.C., el mismo siglo en el que se sitúa la fundación de los Juegos Olímpicos, que se celebraron por vez primera, según la tradición, en el año 776. De entre las numerosas referencias al mundo del deporte que hallamos en los poemas homéricos (tanto en Ilíada como en Odisea), destacan sobre todo dos largas descripciones. En el canto 23 de la Ilíada el poeta dedica nada menos que 640 versos a relatar los juegos funerarios que el héroe griego Aquiles organiza para honrar la memoria de su amigo Patroclo, muerto a manos del troyano Héctor. La competición más destacada y popular de esos juegos es la carrera de carros, cuyo relato se prolonga por espacio de casi 400 versos y aún hoy emociona por su viveza y sorprende por la extraordinaria minuciosidad en la descripción de los pormenores técnicos, de manera que permite al oyente o lector participar casi activamente del esfuerzo y del ansia de victoria de los competidores, y participar igualmente de la emoción con la que viven la prueba unos espectadores que no pierden detalle y a los que el entusiasmo lleva incluso, como antes se comentó, a enfrentarse verbal y casi físicamente en defensa de sus favoritos (e incluso a cruzar apuestas sobre quién va a ser el vencedor)

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