11 de octubre de 2010

Influencias,diferencias y semajanzas del deporte griego y actual (parte 3)

Fuera de los circuitos habituales del deporte profesional, también una estrechísima vinculación con ritos religiosos mantuvieron otras "competiciones" pedestre menos extendidas y conocidas que las carreras con antorchas, como la llamada "carrera del racimo" (staphylodrómos), que tenía lugar en Esparta y nos es brevemente descrita por diversas fuentes (Anecdota Graeca I 305 Bekker; Hesiquio, s.v.): "Durante la celebración de las Carneas, un joven ceñido con cintas corre, pidiendo algún beneficio para la ciudad, y lo persiguen unos jóvenes, llamados 'corredores del racimo'; si lo capturan, aguardan algo bueno para la ciudad en los asuntos locales, y si no, lo contrario".
Se reconoce fácilmente, pues, el carácter ritual y su vinculación con cultos agrarios. Y algo semejante puede decirse de otra carrera ritual que se celebraba en Atenas y que Ateneo (495f) describe así: "Aristodemo, en el libro tercero de su obra 'Sobre Píndaro', afirma que en Atenas, en las Esciras, tiene lugar una competición pedestre de efebos, y que corren llevando una rama de vid cargada de fruto llamada 'ôschos'; y corren desde el templo de Dioniso hasta el de Atenea Escírade, y el vencedor recibe una copa a la que llaman 'pentaploa' ['quíntuple']...por cuanto contiene vino, miel, queso y un poco de harina de cebada y aceite"; no sabemos con seguridad si esta carrera tenía algo que ver con las Oscoforias, las fiestas atenienses de la vendimia, o si estaba relacionada con otras fiestas, las Esciras (en honor de Atenea). En todo caso, el carácter ritual de la carrera resulta evidente.
Junto a este tipo de festividades locales, el significado religioso de las actividades deportivas prevaleció siempre sobre cualquier otra consideración en un segundo ámbito, el deporte femenino, dado que el status social de la mujer hizo imposible su evolución hacia una práctica profesional del atletismo, como ocurrió en el caso del deporte masculino; se evitó, en consecuencia, en el deporte femenino la intromisión de elementos profanos, de manera que la actividad deportiva de las mujeres (y en particular la carrera pedestre, que fue siempre el deporte femenino por excelencia en Grecia) continuó siempre íntimamente ligada al ámbito cultual en el que se desarrollaba. Así, carreras de muchachas formaban parte de los ritos iniciáticos que se celebraban en Braurón, no lejos de Atenas, bajo los auspicios de Artemis, y es posible que una práctica semejante deba extenderse también a otros cultos y juegos locales, ya que carreras rituales femeninas están igualmente bien documentadas en Esparta, en honor de Dioniso y en honor de Helena; éstas últimas tienen marcado carácter iniciático y prematrimonial, al igual que la carrera que, en honor de Hera, se celebraba en el santuario de Olimpia y que constituye la más importante competición deportiva femenina de la antigua Grecia. El texto que nos proporciona la mejor, y casi única, información es un pasaje de Pausanias (5.16.2-3): "Cada cuatro años tejen a Hera un peplo las dieciséis mujeres, y ellas mismas convocan una competición, los Juegos de Hera. La competición consiste en una carrera para muchachas, no todas de la misma edad, sino que corren primero las más jóvenes, y después de ellas las segundas en edad, y las últimas las muchachas que son mayores. Y corren de la siguiente manera: llevan suelto el cabello y una túnica les llega un poco por encima de la rodilla y enseñan el hombro derecho hasta el pecho...A las vencedoras les conceden coronas de olivo y parte de la vaca sacrificada a Hera, y además les está permitido ofrendar imágenes con inscripciones...Estos juegos de muchachas los hacen remontar también a época muy antigua, diciéndose que Hipodamía, para dar gracias a Hera por su boda con Pélope, reunió a las dieciséis mujeres y con ellas fue la primera en organizar los Juegos Hereos". Así pues, se atribuía a esta carrera femenina un origen mítico semejante al de los Juegos Olímpicos, que habrían sido fundados en conmemoración de la victoria que el héroe Pélope obtuvo en la carrera de carros sobre Enómao, a consecuencia de la cual obtuvo como premio su boda con Hipodamía, la hija de Enómao; Hipodamía ofrendó a Hera, al diosa del matrimonio, su peplo nupcial en acción de gracias y en recuerdo de tal ofrenda se celebraba periódicamente la carrera pedestre de los Juegos de Hera, que era un ritual relacionado con el matrimonio.
Así pues, el carácter religioso de las competiciones deportivas, ya sea mantenido en estado digamos puro en fiestas locales y en el deporte femenino, ya desplazado por elementos profanos pero aún así superviviente en los grandes festivales, constituye un rasgo esencial del deporte en la antigua Grecia que carece de correlato en el deporte actual. En cambio, otra diferencia que se ha pretendido establecer entre el deporte antiguo y el deporte moderno (el supuesto carácter "amateur" del atletismo griego frente al profesionalismo de nuestro deporte) es una diferencia probablemente más ficticia que real, y es un tema que creo merece tratar con cierto detenimiento, ya que ha tenido una influencia decisiva en el deporte moderno, en concreto en la historia moderna del olimpismo.
Un texto de Heródoto (8.26) sirvió de punto de partida para que muchos de los promotores del movimiento olímpico moderno (impulsados en parte por las razones extradeportivas y también acientíficas a las que luego nos referiremos) sostuvieran la idea de que los atletas griegos no eran profesionales, sino que practicaban el deporte no por dinero sino por amor al arte. Dice así Heródoto: "Vinieron a ellos [a los persas] unos pocos desertores de Arcadia, faltos de medios y deseosos de ser útiles. Los llevaron ante el rey y los interrogaron los persas, hablando uno solo en nombre de todos, acerca de las cosas en las que estaban ocupados los griegos...Ellos les dijeron que estaban celebrando los Juegos Olímpicos y contemplando competiciones atléticas e hípicas. El persa les preguntó cuál era el premio propuesto por el que competían, y ellos contestaron que la corona de olivo que allí se daba. Entonces Tritantegmes, hijo de Artabano, expresó un juicio muy noble que le valió ser tenido por el rey como cobarde; informado, en efecto, de que el premio era una corona y no dinero, no aguantó permanecer en silencio y dijo a todos lo siguiente: '¡Ay Mardonio! ¿Contra qué hombres nos has traído a luchar, que no compiten por dinero, sino por poner a prueba sus cualidades?". Este pasaje de Heródoto refleja bien la imagen tradicional del atleta griego que ha venido imperando desde la creación del movimiento olímpico moderno en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, el deportista que compite sin ánimo lucrativo, con el único objetivo de conseguir el triunfo y mostrar así sus cualidades, simbolizadas por una simple corona vegetal. Según esta opinión tradicional, hasta época clásica los atletas habrían sido en su mayoría de origen noble y practicaban el atletismo y participaban en competiciones con espíritu puramente "amateur", sin que para ellos los premios y privilegios resultantes del triunfo significaran nada desde el punto de vista económico; posteriormente, sin embargo, el profesionalismo, y con él el vil metal, se habría impuesto en el deporte griego, lo que habría traído consigo la irrupción de atletas de las clases inferiores y con ello la degeneración y corrupción de los nobles ideales que movían a los atletas de la época arcaica y comienzos de la clásica y, en definitiva, la decadencia absoluta del deporte. Estas teorías, defendidas con especial tenacidad (et pour cause) por los grandes estudiosos británicos del deporte griego encabezados por el profesor Gardiner, han sido puestas tela de juicio en los últimos decenios en diversos estudios, particularmente en un libro del filólogo norteamericano David Young que lleva por significativo título El mito olímpico del atletismo amateur griego, en el cual ha intentado demostrar la imposibilidad de seguir manteniendo, al menos de manera tan tajante la existencia de dos etapas en la historia del deporte griego, una primera maravillosa y pura en la que los nobles competían para demostrar sus cualidades, y otra decadente y corrupta en la que los miembros de las clases inferiores competían en busca de dinero y privilegios.

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