Ahora bien, ¿cómo debe interpretarse ese vínculo que liga estrechamente, en la Grecia del primer milenio, deporte y religión? ¿Debe buscarse en el ámbito religioso el origen de los juegos atléticos o, por el contrario, su carácter originario es profano y sólo posteriormente fueron incorporados a la esfera religiosa? ¿Cómo, en definitiva, comenzaron los griegos, y los hombres en general, a practicar el deporte y cuál es el origen de las competiciones deportivas organizadas? Muchas y variadas han sido las teorías que se han propuesto para tratar de dar respuesta a esta cuestión, sin duda la que con mayor asiduidad han debatido los estudiosos del deporte en la antigua Grecia, con la frecuente y fecunda participación de antropólogos e historiadores de las religiones.
Para muchos, en efecto, los juegos griegos, como el deporte mismo en todas las culturas, hunden sus raíces en actividades ligadas al culto, aunque las discrepancias son notables a la hora de precisar qué tipo de rito está en el origen de los juegos que conocemos en época histórica.
Por un lado, numerosos testimonios permiten establecer de manera inequívoca una estrecha vinculación entre competiciones deportivas y ceremonias funerarias. La costumbre de celebrar juegos deportivos durante los funerales de un muerto ilustre es, en efecto, práctica común que cuenta con numerosos paralelos en otras culturas y que en Grecia está documentada desde nuestras más antiguas obras literarias y artísticas (en estelas y vasos micénicos y en los poemas homéricos: prácticamente todo el canto 23 de Ilíada está ocupado por los juegos fúnebres que Aquiles organiza en honor de Patroclo), y además tampoco faltan testimonios que atestigüen la celebración de agones fúnebres de carácter deportivo en época histórica. Quienes pretenden hallar el nacimiento de las competiciones atléticas en ritos funerarios explican por diferentes caminos la relación entre unas y otros. Para Malten, los juegos deportivos serían un último y civilizado recuerdo de antiguos sacrificios humanos ante la tumba de un guerrero, práctica atestiguada ocasionalmente en Grecia, desde la épica homérica hasta la época helenística; tales sacrificios humanos originarios habrían ido atenuándose paulatinamente hasta desembocar en un desarrollo tardío y amortiguado que serían los combates deportivos. Por su parte, el gran erudito suizo Karl Meuli ha sugerido que las competiciones deportivas fueron inicialmente parte de un combate ritual, un juicio de dios, destinado a descubrir y castigar a la persona responsable de la muerte del hombre que era enterrado; el culpable sería, por supuesto, el perdedor del combate, quien expiaba con su propia derrota y consiguiente muerte la muerte supuestamente causada por él, de manera que el muerto era vengado y los vivos quedaban protegidos de su ira. Tales manifestaciones, en principio ocasionales, piensa Meuli que se habrían institucionalizado y organizado como competición deportiva periódica.
Otros estudiosos del tema han recurrido a postular como origen de los festivales atléticos no ya ritos funerarios, sino otro tipo de actos cultuales relacionados con ritos de fertilidad,ascensión al trono e iniciación. Hace un siglo, en efecto, Cornford y Jane Harrison quisieron ver en ritos agrarios e iniciáticos el origen de los Juegos Olímpicos y sus ideas han hallado eco posterior en una larga lista de estudiosos del problema. Para Cornford, los Juegos Olímpicos nacieron de un ritual de año nuevo y de iniciación que se celebraba en territorio sagrado, fuera del habitat acostumbrado de los jóvenes, con estricta separación de sexos (rasgos todos ellos que encuentran reflejo en los Juegos Olímpicos históricos). Del rito iniciático formaba parte una carrera cuyo vencedor era proclamado mégistos koûros, “el mejor de los jóvenes”, el cual llevaba a cabo una “boda sagrada” con la vencedora de la carrera de doncellas, todo ello con el objeto de propiciar la renovación de la fertilidad (de hecho, en Olimpia, como habremos de ver, se celebraba una carrera femenina en honor de Hera y exclusivamente carreras pedestres formaron el programa de los Juegos Olímpicos masculinos nada menos que durante las diecisiete primeras Olimpíadas).
De ritos de fertilidad parten igualmente quienes, desde Cook y Frazer, hacen remontar el origen de las competiciones deportivas a disputas rituales por el trono, que iría a parar a manos de los vencedores, según pudiera deducirse de algunos mitos referentes a la fundación de los Juegos Olímpicos, que nos hablan como aition de los mismos del triunfo de Pélope sobre Enómao, que le dio acceso al reino de éste y a la mano de su hija Hipodamía, o la leyenda menos difundida que nos habla como origen de los Juegos Olímpicos de la carrera que Endimión organizó entre sus hijos, con el trono como premio. Según Frazer, cada cierto período de tiempo el rey debía ponerse a prueba combatiendo con un rival aspirante a su puesto, para comprobar si aún seguía en condiciones de mantenerse en el trono o debía cederlo a otro hombre cuyo mayor vigor asegurase la renovación de la vida. Ese sería el germen de las competiciones atléticas.
Frente a las tesis expuestas hasta aquí, que establecen una vinculación directísima, esencial, entre el culto y el origen de las competiciones deportivas, muchos de los más señalados estudiosos del deporte griego en nuestro siglo han defendido para los festivales atléticos un origen profano y meramente “deportivo”: habrían nacido sencillamente del placer por competir y mostrar las propias cualidades, de ese “espíritu agonístico” que se considera innato en el ser humano, aunque posteriormente, como no podía ser menos, adquirieron carácter religioso al quedar bajo la protección de alguna divinidad y pasar a desarrollarse en el marco de ceremonias religiosas.
Pero ya fuera original ya adición secundaria, el caso es que el carácter religioso de los juegos deportivos se encuentra plenamente arraigado en los festivales griegos de época histórica y en ello radica una diferencia fundamental entre el deporte griego y el deporte actual. No obstante, como habremos de ver más adelante, una adición progresiva de elementos laicos (influencia política, peso económico, creciente carga espectacular) fue gravando paulatinamente el desarrollo de los grandes festivales, que fueron perdiendo poco a poco contenido religioso. No obstante, fuera del programa de las grandes competiciones deportivas y de los estadios, libres del dominio de los atletas profesionales y de las influencias políticas y económicas, se celebraban por todo el mundo griego otro tipo de competiciones atléticas (especialmente carreras pedestres) que mantuvieron de manera más inmediata el sentimiento de su vinculación con el culto. Entre ellas destacan, por su difusión y popularidad, las carreras con antorchas o lampadedromías, carreras de relevos en las que los relevistas debían pasarse unos a otros antorchas encendidas. Las diversas interpretaciones simbólicas a las que una carrera tal se presta (ya encontramos en Platón, Leyes 776b, o en el poeta latino Lucrecio, 2.79, la imagen de la "antorcha de la vida" o “del saber y la tradición” que se transmite de generación en generación) han sido bien aprovechadas por el atletismo moderno, pues no en vano el ritual de la antorcha olímpica fue introducido en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 a imagen y semejanza de las antiguas lampadedromías, las cuales, sin embargo, nunca tuvieron en Grecia la menor conexión ni con Olimpia ni con ningún otro de los grandes festivales atléticos. Las carreras con antorchas tienen probablemente un origen cultual, en relación, por ejemplo, con el robo del fuego por Prometeo y con el ritual del rápido traslado de fuego nuevo de un altar a otro, de manera que no es de extrañar que fueran uno de los momentos culminantes de las celebraciones que tenían lugar en Atenas en honor de dos divinidades vinculadas estrechamente con el fuego, Prometeo (junto a su altar comenzaba la carrera, según Pausanias 1.30.2) y Hefesto.
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