En una época como la nuestra en la que el deporte ha alcanzado una importancia social y económica tan extraordinaria (y generalmente tan desmedida), puede ser interesante remontarnos dos milenios y medio atrás, hasta otra época en la que la práctica de actividades deportivas alcanzó una posición social preeminente semejante a la que ocupa en el mundo de hoy. El deporte griego y el deporte actual comparten bastantes rasgos comunes, positivos y negativos.
Positivos, por ejemplo, la importancia que se concedió ya en la antigua Grecia a la práctica de la gimnasia como fundamento de la salud física y también como contribución a la formación intelectual e incluso moral de las personas, o la importancia que tuvieron los grandes Juegos, en especial los Olímpicos, como centro cultural, en el cual pensadores y escritores exponían públicamente sus ideas y sus escritos, aprovechando que Olimpia y sus juegos eran la ocasión más adecuada para difundir obras y teorías, ya que en ningún otro momento y lugar se reunían mayor cantidad de griegos. Luciano de Samosata (Heródoto 1) y otras fuentes recogen, por ejemplo, la tradición del deseo del historiador Heródoto de difundir, a mediados del siglo V a.C., sus investigaciones históricas mediante su lectura pública en Olimpia, de manera que dio a conocer su obra en el opistódomo del templo de Zeus, consiguiendo fascinar a auditorio en el que se encontraba un muchacho llamado Tucídides, que lloró de emoción al escuchar las palabras de Heródoto. Los autores antiguos nos hablan también de lecturas o recitaciones de obras del filósofo Empédocles, de los sofistas Gorgias, Hipias (que había nacido cerca del santuario y parece ser que acudía a todas las celebraciones de los juegos para mostrar sus dotes oratorias), Pródico y Polo, etc., e incluso el tirano Dionisio I de Siracusa, como luego haría Nerón, consiguió que sus poemas fueran recitados públicamente en la Olimpíada correspondiente a 388 a.C., aunque, según el historiador Diodoro de Sicilia, hizo más bien el ridículo. Este interés “cultural” de las competiciones deportivas griegas queda bien reflejado en una anécdota que cuenta Cicerón (Tusculanas 5.3.8; cf. Diogenes Laercio 8.8, Jámblico, Vida de Pitágoras 12.58) a propósito del filósofo Pitágoras: “Admirado León [rey de Fliunte] de su ingenio y elocuencia,le preguntó que arte practicaba. Pitágoras le contestó que no conocía ningún arte, sino que era ‘filósofo’. Asombrado León ante esta palabra nueva,le preguntó quiénes eran los filósofos y qué los diferenciaba de los demás hombres. Pitágoras le contestó que la vida humana le parecía semejante a ese festival en el que se celebraban los juegos a los que asistían los griegos. Allí, quienes habían ejercitado sus cuerpos iban a buscar la gloria y el premio de una corona famosa; otros, que habían acudido a comprar o vender, iban atraídos por el afán de ganancia; pero también se presentaba allí una especie de visitantes –especialmente distinguidos- que no iban en busca de aplausos ni de ganancias, sino que acudían a observar y contemplaban con gran atención lo que sucedía…De manera semejante, los hombres llegados a esta vida tras abandonar otra vida y otra naturaleza, son unos esclavos de la gloria, otros del dinero, pero hay también unos pocos que desprecian lo demás y observan con empeño la naturaleza; éstos son los que se llaman ‘amigos de la sabiduría’, es decir ‘filósofos’”.Pero también el deporte griego antiguo y el deporte actual comparten rasgos no tan positivos, como por ejemplo la sobreestimación social y económica de los éxitos deportivos o su explotación con fines ajenos al deporte, lo cual fue ya criticado de manera sistemática por los intelectuales griegos al menos desde Jenófanes de Colofón en el siglo VI a. C, y luego por Eurípides, Sócartes, y un largo etcétera, como más adelante comentaremos.
Vamos a tratar de desarrollar algunos de estos aspectos en nuestra exposición. Y vamos a comenzar por las diferencias o, mejor dicho, dejando aparte cuestiones más de pormenor, que se refieren, por ejemplo, a la organización de los juegos o al desarrollo de las pruebas, por la diferencia fundamental que separa el deporte griego y el deporte moderno. Es la siguiente: en tanto que el deporte moderno es un espectáculo completamente profano, las competiciones deportivas griegas se desarrollaban en el marco de festivales religiosos, de manera que dos conceptos, deporte y religión, se mantuvieron vinculados más o menos estrechamente en la Antigüedad, mientras que actualmente se encuentran muy alejados el uno del otro (se ha sugerido incluso que, en algunos aspectos, el deporte ha suplantado el papel que antaño desempeñó en la sociedad la religión, como por ejemplo dar cohesión a la masa social ofreciéndole un objetivo común, aunque sea tan poco espiritual como ganar una Liga o una Copa; al respecto de esta relación entre deporte y religión, puede leerse un estupendo cuento, lleno de ironía, de J.L. Sampedro titulado “Aquél santo día en Madrid”, que se recoge en la recopilación Cuentos de fútbol, editada por J. Valdano, en el cual un extraterrestre aterriza en Madrid, en las cercanías del estadio Santiago Bernabéu y ve una gran multitud que se dirige hacia lo que él cree que es un santuario, de manera que sigue a la muchedumbre, penetra en el estadio e interpreta todo lo que en él ocurre como una ceremonia religiosa en la que once individuos vestidos de blanco, que representan obviamente el bien a juzgar por el recibimiento de que son objeto por parte del público, se enfrentan a once individuos vestidos de azulgrana, que representan naturalmente el mal, en un ritual dirigido por un sumo sacerdote que se sitúa en el centro del santuario con un silbato en la boca y es ayudado en las bandas por dos sacerdotes auxiliares que realizan una serie de gestos rituales con unos banderines).
El carácter religioso de los festivales deportivos griegos, en efecto, pervivió a lo largo de la historia del mundo antiguo, desde la Creta minoica (si, como creemos verosímil, los juegos del toro cretenses tenían un origen y una función cultual) hasta la abolición de los Juegos Olímpicos a finales del siglo IV p.C., unos juegos que mantuvieron siempre, en mayor o menor grado, su función religiosa y cuyos momentos culminantes coincidían con actividades rituales: el juramento olímpico ante la imponente estatua de Zeus Hórkios ("protector de los juramentos"); la ofrenda ante la tumba del héroe Pélope,mítico primer vencedor olímpico; la gran procesión que acababa en el altar de Zeus y culminaba con la ceremonia central de los juegos, el sacrificio de cien bueyes ofrecido al dios por los organizadores eleos, etc. Esta relación que siempre unió deporte y culto fue precisamente una de las razones que explica la actitud contraria de los primeros cristianos hacia el deporte griego
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