9 de octubre de 2010

El deporte,intento de definicion y teorias sobre su origen (parte 6)

Ritual y religión.                                                                           
Desde la antropología se señalan muy a menudo las relaciones existentes, la proximidad, entre “deporte” y ritual. Se considera que la evolución del comportamiento deportivo arranca de factores rituales y el deporte constituiría una especialización relativamente reciente, como consecuencia de la importancia y trascendencia que adquiere el aspecto competitivo. Blanchard y Cheska (1986) definen el ritual como “una faceta de la cultura que se presenta como la dimensión simbólica de las actividades sociales que no son específicamente de naturaleza técnica”, si la técnica tiene unas consecuencias económicas previsibles y calculables, el ritual por su parte, constituye una manifestación simbólica “sobre” algo relacionado con los individuos que intervienen en la acción.  
No se debe identificar sin más el ritual con lo sagrado, éste puede ser también profano, se trata de una actividad reglada que transmite algún tipo de mensaje social importante a cerca de la estructura y cohesión de un determinado grupo. Para estos autores, el deporte y el comportamiento deportivo es una realidad que ha existido en todos los grupos sociales a lo largo de la historia y que refleja los valores básicos del entorno cultural en el cual se desarrolla, es decir, que actúa como ritual cultural o como transmisor de cultura. Es en torno al ritual y la competición que se establecen las diferencias entre deportes antiguos y modernos; en los primeros destaca por encima de todo su carácter de rito, el elemento competitivo se encontraría en un segundo plano, en los segundos se pone mayor énfasis en la competición y el objetivo principal de los participantes está constituido por la victoria.
Dentro del aspecto ritual han llamado la atención los ritos de paso o de iniciación, aunque su importancia estaría quizás más en relación con la educación física que con el deporte. El rito iniciático se desarrolla de acuerdo a una serie de fases sucesivas: segregación, muerte y resurrección a través de las cuales el joven rompe con el mundo natural y accede al mundo adulto de la cultura y la sociedad. En este tipo de rituales existen, en todas las culturas que los desarrollan, un conjunto de pruebas corporales, de pruebas físicas cuya finalidad consiste en verificar la resistencia y fortaleza de los iniciados. Esta clase de rituales eran importantes para el grupo en un doble sentido, por un lado, resultaba fundamental para la supervivencia potenciar la capacidad física de los jóvenes y, por otro, su práctica, así como la de diferentes tipos de fiestas religiosas contribuían a desarrollar la cohesión y la identidad del grupo. Una característica de estas celebraciones era el papel importante que se adjudicaba a la fuerza y la habilidad: juegos, competiciones y danzas, sobre todo aquellas que contribuían a la socialización, como es el caso de las guerreras, eran habituales (Betancor y Villanou, 1995).
Los ritos de paso constituyen un mecanismo para la regulación de los grandes momentos de la vida social. En estos rituales, en opinión de Bernard Jeu (1989) ya existía la competición y el juego permitía una participación en el orden conjunto de la sociedad y el mundo. La competición se puede encontrar, señala este autor, al final de la vida social, como ocurre en el caso de los agones funerarios, y sirve para marcar el tránsito del mundo de los vivos al de los muertos; pero también la competición se encuentra en el momento del nacimiento social, es decir, en el momento en que se produce el paso desde el mundo de los adolescentes al de los adultos. En este último sentido, la iniciación bajo la forma de un combate ritual es una constante en muchas y muy diversas sociedades y cumple la función de permitir el paso a la cultura. El origen de los Juegos Griegos, por ejemplo, habría que buscarlo también en este aspecto ritual, como ritos de adolescencia. La competición iniciática constituye una prueba peligrosa que pone a prueba la virtud, pero también es la forma más elemental de comunicación y manifestación de las grandes creencias cosmogónicas de la tribu. Para Jeu la competición ritual se puede encontrar en todo el ciclo del mundo de los vivos: nacimiento social, matrimonio y muerte. Todo lo que ocurre en el mundo de los vivos parece tener de manera obligada una contrapartida en el otro y, en este contexto, la competición cumple una función reguladora: equilibrar los términos del intercambio que se producen en el mundo de los vivos y entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
El ritual se encuentra estrechamente relacionado con la religión, con los actos de culto que se realizar en torno al hecho religioso. No es extraño pues, que diferentes autores hayan señalado como punto de origen de las actividades físicas y por añadidura del deporte el ámbito religioso. Exponente obligado de esta tesis es Carl Diem que elabora su monumental Historia de los deportes partiendo de la hipótesis de que, en sus orígenes todos los ejercicios corporales fueron actos de culto.
El comportamiento religioso surge desde el momento en que el hombre designa un mundo que está fuera del ámbito de la experiencia cotidiana, un universo de carácter simbólico que se constituye como contrapunto del mundo profano. La preocupación del hombre por comprender la naturaleza del universo que habita y el lugar que ocupa en el mismo –preocupación de la que surgen los grandes misterios del nacimiento, la vida y la muerte– lleva desde muy pronto a la aspiración a un orden superior, regulador tanto del orden social como moral. El hombre del paleolítico se encontraba profundamente afectado por los misterios que significaban la muerte y la procreación, junto con su dependencia de una fuente providencial de vida y bienestar, y de las fuerzas rectoras de la naturaleza. La única comprensión de los procesos y leyes naturales que tenía se derivaba de sus propias observaciones y, sentía la necesidad de establecer relaciones amistosas y benéficas con la realidad viva que gobernaba los fenómenos misteriosos que le rodeaban. A partir de ahí se constituye la idea de la existencia de una Providencia divina superior a él y dueña de su destino; surge de este modo una reacción numinosa a elementos inexplicables, imprevisibles y temibles de su experiencia, reacción que encontró su expresión a través de una técnica ritual cuya finalidad consistía en establecer relaciones eficaces con la fuente de toda bondad y beneficencia existente por encima del mundo y dentro de él (James, 1997). Para la puesta en práctica de esa técnica ritual, ese culto, resulta imprescindible contar con la mediación del cuerpo, lo que tiene como consecuencia que en todas las manifestaciones históricas del hecho religioso se encuentren una serie de acciones físicas, corporales, como forma de expresión.
Para Diem, el hombre primitivo interpreta su existencia como un regalo de los dioses y desde esa percepción, cualquier gesto o acción que realiza adquiere siempre la categoría de experiencia religiosa. Al entender el mundo y las fuerzas misteriosas como una totalidad, sin cortes ni cesuras, para obtener la protección de esas fuerzas pone en práctica una serie de rituales en los que ocupan un lugar destacado los ejercicios físicos. A partir de aquí se va configurando el culto, seleccionando aquel tipo de prácticas, de acciones o ejercicios que satisfacen a los espíritus. Queda de este modo diseñado un modelo evolutivo que lleva desde el gesto más simple, como un simple ademán de ruego o súplica, hasta los movimientos complejos de la danza. Este tipo de manifestaciones serían una expresión espontánea de lo festivo, como acto de comunicación entre lo espiritual y lo corporal. Para apoyar su hipótesis, Diem analiza diferentes ejemplos como los juegos de pelota mesoamericanos o distintas formas de luchas rituales, que apoyan la interpretación de que el hombre primitivo otorga una clara significación religiosa a muchas de sus actividades físicas y corporales.
Otro aspecto donde se puede rastrear este origen sagrado de diferentes actividades físicas sería en los cultos desarrollados en las sociedades agrarias. Las luchas ceremoniales, en concreto, se encuentran en muchas religiones y adoptan la forma de un ritual de estimulación de las fuerzas genésicas de la vida vegetativa. Los enfrentamientos que se realizan, en general, con motivo de la primavera o en la época de la cosecha, se originan en la concepción arcaica de que los golpes, las competiciones o los juegos brutales entre diferentes grupos, incrementan y potencian la energía universal (Betancor y Vilanou, 1995). Una de las formas rituales y de culto más extendidas en todas las religiones está constituida por la danza. Diferentes estudiosos de la religión han resaltado su importancia en este contexto que iría más allá de lo meramente estético convirtiéndose en un mecanismo fundamental de expresión. Popplow (1973) señala que los orígenes del deporte debemos buscarlos precisamente en la danza: las representaciones del arte paleolítico que muestran con relativa frecuencia a hechiceros danzando, junto con las huellas humanas encontradas en las cavernas en relación con restos de animales, le llevan a señalar que éstas constituían lugares de culto en los cuales el hombre danzaba y, a partir de ahí, a situar este tipo de danza cultual como la forma inicial que adoptan los ejercicios corporales y, por tanto el deporte. 

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