La literatura académica consagró la expresión “deportes modernos” para diferenciarlos de las actividades semejantes que existían en la Antiguedad. Algunas modalidades deportivas actuales, como el baloncesto o el voleibol, fueron de hecho, creadas en este contexto más reciente, pero muchas otras son resultado de la evolución de prácticas lúdicas de origen mucho más remoto, tales como el fútbol, rugby o el boxeo. Como veremos, en realidad, lo que diferencia de forma más precisa los deportes modernos, no es propiamente el conjunto de modalidades practicadas, sino la naturaleza y la finalidad de estas.
A esa interpretación tradicional –que considera que manifestaciones como los Juegos Panhelénicos de la Grecia clásica o los juegos de pelota mesoamericanos son acontecimientos tan deportivos como cualquiera de los que en la actualidad merecen ese calificativo– se le acusa de caer en el anacronismo al no tener en cuenta las especiales connotaciones que estas manifestaciones han tenido en las diferentes sociedades; esta interpretación utiliza un concepto surgido contemporáneamente para definir manifestaciones o actividades pertenecientes a períodos muy distantes entre sí en el tiempo y el espacio. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que no sólo los valores o los estilos de vida son diferentes en momentos distintos de la historia, sino que también la disposición de los grupos sociales en la organización de la sociedad son completamente diferentes. Un ejemplo nos clarificará el significado de esta crítica: en una sociedad esclavista como la griega, los esclavos, las mujeres y los metecos (comerciantes extranjeros), no podían participar en los juegos sagrados reservados a los ciudadanos de las diferentes polis, por el contrario, en las sociedades contemporáneas, el deporte regido por leyes específicas de laicismo e igualdad, permite que cualquier deportista al margen de su credo religioso o su procedencia social pueda –al menos en teoría– competir (Lagardera, 1995a). Ocurre a veces, como bien señala Elías, que cuando se estudia un deporte en particular, muy a menudo se hace patente el deseo de buscarle un linaje antiguo y respetable. Se trata de una utilización de la historia en el sentido de justificación del presente, en consecuencia se procede a una selección intencionada de los datos, destacando aquellos que tengan algún tipo de relación formal con el deporte actual que se describe y olvidando convenientemente aquellos otros que permitan establecer diferencias significativas entre ambos.
Puede decirse que prácticamente todos los autores que, en el presente, se ocupan del tema aceptan la idea de que lo que hoy se conoce como deporte –en cualquiera de los múltiples sentidos o significados que puede adoptar dicho término en la actualidad– tuvo su origen en Inglaterra, a partir del siglo XVIII, mediante un proceso de transformación de juegos y pasatiempos tradicionales iniciado por las elites sociales, y en el que tuvieron un papel clave las «publics schools» y los «clubs» ingleses. Otra cosa bien distinta sucede en relación con los motivos, circunstancias y causas que propiciaron la aparición del deporte y que pueden contribuir a explicar el gran crecimiento y difusión internacional que ha tenido a partir del último cuarto del siglo XIX y principios del siglo XX, existiendo, en este sentido, diversas teorías, hipótesis y enfoques que abordan este tema, también en muchos casos, desde diferentes perspectivas. Analicemos algunas de las más importantes.
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