La historia de Grecia resulta en buena medida incomprensible si no se tiene un claro concepto de lo que significaba para los griegos la polis. La propia traducción de polis por “ciudad-estado” puede inducir a equívocos ya que ni se trataba de un hábitat exclusivamente urbano ni de un Estado en el sentido moderno de esta palabra. Desde el punto de vista geográfico la polis era una especie de cantón integrado por un pequeño núcleo urbano y su correspondiente comarca rural. Desde el punto de vista sociológico, la polis era una unidad social muy compleja; era en realidad una unidad autárquica, un organismo autónomo en el que el individuo se insertaba vitalmente como parte de un todo. Ningún aspecto de la vida del hombre quedaba fuera o al margen del poder configurador de la polis. Para un griego era incomprensible algo así como una esfera de vida privada inaccesible a lo público. Moral y política, ética y derecho, individuo y ciudadano eran, por tanto, realidades equivalentes. En este sentido la vida para un griego era auténticamente comunal.
La polis era, pues, una institución estatal y jurídica pero era también una nodriza, una escuela, un suelo que nutre al individuo.La polis como unidad sociológica era ya una realidad a mediados de la época arcaica pero será en el siglo V, al establecerse un cierto consenso entre las distintas capas sociales, cuando la polis desenvuelva y afiance sus ideales de realización plena y harmónica del individuo. La concentración de la propiedad, la desestabilización social y el discurso crítico de los sofistas contribuirán, a finales del siglo V, a la aparición del “hombre privado” y al inevitable desmoronamiento de la polis.La victoria en las Guerras Médicas no solo creó, en el primer tercio del siglo V, un clima de euforia y patriotismo, sino que condujo también a una cierta racionalización religiosa de la nueva situación democrática. Así, por ejemplo, en una famosa tragedia de Esquilo (Los Persas), Zeus rechaza claramente los viejos ideales aristocráticos de la lucha individual y de los excesos del poder, simbolizados por los persas y premia los nuevos valores de colectividad y de justicia representados por los atenienses. La virtud es encarnada ahora por la comunidad más que por el individuo o la clase social, y por eso recibe la sanción divina, una sanción que no es arbitraria sino conforme a razón.
Pero la racionalización y evolución del concepto de divinidad alberga -más allá de la voluntad de Esquilo, sin duda- la amenaza de su relativización. Si los dioses se ajustan al devenir histórico, el orden moral que de ellos desciende tiene también algo de histórico.
La experiencia de los griegos, en contacto creciente desde principios del siglo VI con otras civilizaciones -comercio, colonizaciones-, les permitió observar leyes, valores y contenidos religiosos muy dispares. La observación de tal diversidad, y por lo tanto relatividad, de códigos morales y credos religiosos socavó progresivamente la creencia en el origen divino de las leyes y de la propia moralidad. Por otro lado, la incipiente actividad legisladora, tanto en el interior de las ciudades como en la fundación de las colonias, contribuyó al deterioro de la fundamentación religiosa tradicional de las normas. El proceso de racionalización iniciado por los filósofos jonios promovió así mismo la desintegración de los contenidos religiosos, pero tal esfuerzo de racionalización secularizó y, de alguna manera, trasvasó a la Naturaleza algunos de esos contenidos. Pero la implantación definitiva de la democracia en el siglo V y,sobre todo, la experiencia de su propio ejercicio hace ya insostenible no solo la fundamentación religiosa de la ley sino también la fundamentación naturalista. Para una generación empeñada en la transformación y ordenación de la sociedad mediante el cambio de leyes, resulta difícil sostener el supuesto de un carácter supra histórico, sea sobrenatural o simplemente natural. Frente al orden necesario de la naturaleza (physis) se afirma el carácter puramente convencional e histórico de toda norma (nomos).
A pesar de todo lo anterior, no debemos dejar de considerar que la cultura griega es una creación aristocrática que, transformada, fue aceptada en Atenas en el s. V por masas cada vez más amplias. Por otro lado, los viejos valores aristocráticos permanecen vigentes en Esparta.
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